(tomado del reportaje "Westphalen escribe mientras ruge el volcán" sobre la participación del poeta peruano en un encuentro de escritores en Lima)
“La poesía —definió— es una de las actividades más
desinteresadas, exquisitas y turbadoras del espíritu. La
que con mayor aproximación refleja la complejidad e incerteza
de nuestro destino”.
Su discurso, por momentos, se detenía. Pero después
tomaba fuerza con una oscura admonición:
“No hay que ceder ante la tentación de la bestia que
nos ronda. No nos queda sino estar alerta a no contagiarnos
de la horripilante acumulación de crímenes asumidos
en nuestra época por individuos, grupos, sectas, partidos,
estados, comunidades enteras. El volcán ruge. Mientras
ruja tenemos tiempo para la danza, el canto y la poesía. Si
viene la lava nos cogerá en nuestro mejor momento”.
El auditorio contemplaba el esfuerzo de Westphalen,
la energía que trataba de extraer de su debilidad. Le faltaba
luz dirigida para leer su escrito, se desorientaba en la
fatiga, y acaso lo hería la iluminación del aula magna de
la Universidad de Lima enfrentada a sus ojos. Durante las
presentaciones previas había permanecido con el rostro
cubierto por su mano izquierda, nervosa y de largos dedos
de pianista, como si le doliera exhibirse en público. Y
cuando sentía próximo el acoso de un fotógrafo, se cubría
más el rostro con su mano. Al final del evento, después
del largo aplauso de todo el auditorio de pie, el poeta se
retiró a paso lento, indeciso. Un abrigo color mostaza lo
cobijaba con suavidad. Y hasta una bufanda de lana parecía
pesarle. Afuera lo esperaba una silla de ruedas. No habló
más. No miró a nadie. Antonio Cisneros junto a otras
dos personas lo acomodaron como a un abuelo querido en
la silla de ruedas. Emilio Adolfo Westphalen se alejó del
tumulto de poetas y periodistas. No sabríamos decir si
pensó que el acoso final por escucharlo en público valió la
pena. Seguramente, a último momento, lo encontró inútil.
No fue así para los que nos quedamos." 1994.